Un relato inacabado ( II, )

Ser joven... Casi he olvidado lo que era ser joven. Siempre se está demasiado ocupado perdiendo el tiempo como para saber que se es joven. Al final, siempre, queda sólo el recuerdo de que, a veces, se ha tenido la impresión de ser joven; de estar siendo joven... Pero son sólo eso: impresiones. Impresiones demasiado superficiales como para vislumbrarlas en la realidad... Ser joven... Esta lluvia sólo me trae recuerdos grises de mi juventud; todos los disgustos que dí a mis padres - de los que apenas recuerdo su rostro a no ser por los cuadros que me vigilan desde la pared -; la chica de la que siempre estuve enamorado y de la que no volví a saber hasta que se hubo casado con uno de mis amigos de instituto al que dejé de ver; la gente que tanto parecía estimarme y de la que hace años que no sé nada... Recuerdos. Todo son recuerdos que se apilan en la memoria. Y esperan a salir cuando más daño hacen. Sí, sí, sí... Y sólo los escribo para torturarme, para desangrarme por dentro, pero, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer si la vida me tortura con los recuerdos y el cielo con esta lluvia?

Supongo que la vida trata de ésto: de estar examinando las propias acciones continuamente; pero creo que he empezado tarde. Ahora me doy cuenta de que he dejado muchas cosas por hacer, muchas cosas por decir, muchas cosas por intentar, muchas cosas por descubrir, muchas cosas... Demasiadas para el poco tiempo que ya tengo y el demasiado que ya he gastado. Y esta maldita lluvia...

Nadie me dijo nunca que la vida se consumía tan rápidamente.

Hace tiempo que estoy encerrado en casa, con este gris en el ambiente flotando por todos lados. Ni siquiera la luz fluorescente de la cocina hace más diurno este color mortecino. Cada vez estoy más cansado. Cada vez me cuesta más trabajo comenzar cada día con esta oscuridad. Cada mañana abro los ojos con la esperanza de que toda la lluvia se ha acabado; de que el cielo vuelve a ser como antes... Pero no es cierto; parece que Dios ha olvidado ponerle gas al sol.

Y eso no es lo peor; lo peor es que ya apenas recuerdo cómo era los días de sol. No recuerdo qué hacía; no recuerdo dónde iba; no recuerdo casi nada. Sólo tengo pequeñas imágenes de mi vida; pequeñas vivencias que me dicen que una vez hubo sol en esta ciudad oscura.

Me recuerdo en el parque, sentado frente al lago, dando de comer a los patos... Claro. ¿Qué más le queda por hacer a un viejo como yo? Hay un niño. Sí. Un niño que se me acerca y me pide que le deje echar migas al agua. Recuerdo su mano cogiendo el pan troceado: unas manos suaves, lisas, redondeadas, sin arrugas. Su roce me estremeció algo por dentro. Había olvidado lo que es que alguien te acaricie. Y sus ojos... Tenían ese brillo de la inocencia, de la candidez dulce que aún no se ha agriado con el tiempo. Esas ganas de vivir que sólo poseen los niños. Sus ojos...; sí. Sus ojos. Y esa sonrisa cuando los patos se acercaban a sus migas para comer... El cielo debe ser algo parecido a esa sonrisa, estoy seguro; Dios se querría rodear de sonrisas como la de ese crío. Y recuerdo que me habló. Me dijo algo que nunca podré olvidar mientras la memoria no me abandone. "Cuando sea mayor" me dijo, mirándome a los ojos, "quiero trabajar en lo mismo que usted: quiero echar de comer a los patos todos los días. Los cuidaré para que se hagan grandes y fuertes, y les enseñaré a volar para que no estén aquí cuando hace frío". Eso me dijo. Y me sonrió antes de seguir echándoles migas de pan.

Comentarios

Juanma Suárez ha dicho que…
Gracias Luisa. No sé si dar premio a los primeros comentarios, pero te aseguro que me ha encantado lo de "buscar la luz dentro"... Me lo apunto.
Luis y Mª Jesús ha dicho que…
Siempre he pensado que se es joven cuando aún queda mucho por hacer y se está dispuesto a aprender, a mejorar. Desde luego tenemos mucha faena por delante, tenemos ayudar a que los días sean otra vez soleados; así que no hay tiempo que perder. Compruebo como hay viejos de 18 años y jóvenes de 60, al menos en lo que al espíritu se refiere.
Reconozco que vivir entre niños es algo maravilloso, me has dado pie para el próximo post.
De mayor también quiero un sitio en tu parque.
Un abrazo
María Jesús